Cuando las canciones de huida se metieron en mi cabeza y tropecé varias dudas con la misma piedra, me di cuenta del magnetismo del hambre. Lo tenía delante, a un palmo de distancia. Me tapé los ojos con hiedra, hundí las rodillas en el barro y rece a la luna de sangre. No me lleves, le decía, no me lleves y devuélveme el amor que te entregué en un frasco pequeño que sé que todavía guardas, pero no me lleves. Me miraba encendida, ''yo no lo tengo'', decía. ''Todos le pedís a la luna aquellos tesoros que perdéis a sabiendas. Y la luna no puede encontrarlos, si no lo hubieras tenido, no se te habría escurrido de las manos. Ahora pides a la luna roja porque quieres ser libre y solo me das tarros amargos. Pero, ¿dónde estabas cuando yo necesité de tu agua? Unas gotas de luz hubieran sido un hermoso regalo.''
El conjuro se ha roto,
los erizos se clavan,
los pies aún me arden
y sigo pisando zarzas.
Tal vez la luna nueva traiga vendaval y ceniza.
O tal vez traiga rosas azules y, de nuevo, el rocío.
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