Tal vez sea una cobarde por no plantarte cara de una vez y ponerte contra la espada y la pared, pero si lo hiciera, sé que apartarías la hoja afilada y me darías un abrazo de esos que te saltan los puntos de las costuras, como haces siempre.
Por eso seguimos ahí, entre tonos de grises que se alejan de lo blanco y de lo negro; pero a la vez cerca, como fotos decoloradas atrapadas en un álbum de piel. Nos veo ahí, tumbados en la hierba respirando deprisa. O ahí, gritando en la noche más negra. Te veo a ti sentado en un banco esperando. Me veo a mí sentada en un banco perdonando.
Nos veo, y como no dejo de verte no puedo evitar quedarme quieta. Retrasar la pregunta clave que podría llevarnos al blanco o al negro en cuestión de segundos. ¿Y si no todo depende de esos dos colores? ¿Y si en el gris estamos más a gusto? ¿Y si nadie lo comprende?
¿Y si dejamos que la luz atraviese la persiana y seguimos durmiendo?